martes, 18 de marzo de 2008

Las condiciones del amor - Las dos preguntas




Había una vez una mujer que amaba a un hombre con devoción, con obsesión, con entrega absoluta. Estaba segura que había encontrado en él al modelo exacto de sus sueños. Un día fueron a navegar en un pequeño velero. Anclaron en una islita deshabitada y de vegetación frondosa. Las aguas eran cálidas y cristalinas, la playa cubierta de una arena fina, blanca y suave como el talco. Dejaron el velero y se echaron a andar. Después de un rato fueron a la playa y se tendieron bajo el sol tibio y generoso.De cara al cielo, con los ojos cerrados, la mujer agradeció sin palabras, con su voz interior. Y además pidió. Sus ruegos fueron para que ese hombre amado fuera feliz y para que el romance entre los dos avanzara de tal manera que él se sintiera satisfecho. Con esta oración se quedó dormida.


Cuando despertó, estaba sola. El se había ido en el velero. Es decir los ruegos de ella habían sido escuchados.Es una lastima que este cuento termine mal. Pero ¿había alguna certeza de un final feliz? Si se repasa el relato con cuidado, podrá advertirse que, debajo de la superficie idílica y maravillosa, se gestaba un peligroso desequilibrio.. A lo largo de esta breve historia la mirada de ella está puesta constantemente en él.


Nada sabemos de sus sentimientos ni de sus sensaciones. Ignoramos que necesidades la afectan. No podríamos decir que es lo que ella ansía de él. Se habla de entrega, de su obsesión, de su devoción. Dice que él se adapta como un pie a la horma que ella ha diseñado previamente. Su oración pide por la felicidad y por la satisfacción de él.Aunque la narración está planteada desde la mirada de ella, el verdadero protagonista del relato es él. Es él quién actúa, quién toma una decisión, quien ejecuta algo. Aunque no lo diga, y aunque ni siquiera tenga rostro, podemos darnos una idea de lo que él quiere, o por lo menos, de lo que no quiere.


El orden correcto


Este relato, que también podría llegar narrarse invirtiendo las actitudes de los personajes, aparece ligada de una manera estrecha a una cuestión fundamental. La de cómo transitamos el camino de la vida. Sam Keen, uno de los más lúcido y sensibles pensadores humanistas de hoy, recuerda un consejo fundamental que recibió de parte de un amigo en un momento en que su vida atravesaba una crisis profunda (divorcio, dudas acerca de la vocación, desmoronamiento de los modelos y creencias). Esa persona le recordó las dos preguntas que toda persona debe plantearse en ciertas instancias decisivas de la vida.


Son éstas:- ¿Hacia adonde estoy yendo?- ¿Quién vendrá conmigo?

Hay un requisito básico: las preguntas deben hacerse en el orden en el que están. “Si te formulas las preguntas en el orden equivocado, te verás en problemas”, le advirtió su amigo a Sam.Parece sencillo y, sin embargo, solemos invertir el orden con mucha frecuencia y con demasiada facilidad. Cuando mi compañía es más importante que mi destino, estoy preparando las condiciones para la frustración, para el desengaño y para su hijo primogénito: el reproche.


Si necesito de alguien que haga realidad mis sueños, entonces éstos están dejando de ser mis sueños. Será otro quien decida qué hacer con ellos.De alguna manera es lo que ocurre con la mujer del relato. Parece haber olvidado la dirección de su marcha, lo que es peor, parece ignorarla. Está encandilada con la compañía. Para ella es mas importante preguntarse “quien vendrá conmigo” y no “hacia dónde estoy yendo”.

Responder a la primera pregunta no es cosa fácil, pero de ello depende vivir de una manera o de otra. Aspirar a una vida auténtica o resignarse a un simple “como si” se viviera en plenitud, un simulacro mas o menos exitoso. Saber adónde estoy yendo significa preguntarme quién soy, qué sé y qué ignoro de mi, cuales son mis capacidades y mis limitaciones, no confundir mis deseos con mis necesidades (deseo un castillo, necesito una casa), reconocer cuáles son mis prioridades íntimas en este momento de mi vida y separarlas de las prioridades que me imponen desde afuera. Discernir mis certezas de las expectativas que otros tienen sobre mí. No confundir lo que puedo, quiero y necesito con lo que “debería”.Descubrir adonde estoy yendo significa, al mismo tiempo, aceptar las condiciones del camino y sus circunstancias. Habrá momentos en los que la marcha será mas rápida y otros en los que será lenta. Habrá tramos llanos y fáciles, y trechos escarpados y riesgosos. Habrá periodos en los que mi marcha será solitaria y épocas en las que muchos estaremos orientados hacia la misma dirección. En algún momento deberé ir delante de mi compañía, y en momentos quedaré atrás. Nadie garantiza que esta marcha atravesará un jardín de rosas. Pero hay algo seguro: la compañía es, en este caso, verdadera.


Juntos, no encimados


Si estas preguntas pueden ayudar a orientarnos en momentos decisivos de la vida, resultan esenciales cuando un hombre y una mujer se encuentran. Si el encuentro ha sido forzado por la compulsión de contestar primero a la segunda pregunta, hay motivos para sospechar que no se ha producido en las mejores condiciones. Cuando estoy confuso acerca de mi, estoy propenso a depositar mi confusión en otro y, todavía mas, a pretender que el otro la entienda y la resuelva. Que me acompañe, no importa para ir adonde. Pero quien camina cargando a otro corre el riesgo de tropezar, de caer o, sencillamente, de cansarse pronto.

Distinto es el caso cuando el encuentro se produce en una natural confluencia del camino que cada uno está transitando. En ese caso, con seguridad, nadie tendrá que hacerse cargo de nadie, la marcha será conjunta y paralela, gozosa y nutritiva. Son los encuentros que ayudan a crecer. Los que significan estar con otro, y no “ser para el otro” ni “del otro”.Lo cierto es que no hay porque esperar a los grandes acontecimientos o crisis o decisiones para hacerse las dos preguntas. La costumbre de acudir periódicamente a ellas puede resultar un modo de mantenerse actualizado acerca de uno mismo y de su compañía.

Un hombre y una mujer que busquen respuestas con sinceridad y con asiduidad tendrán, seguramente, buenas posibilidades de marchar juntos por un largo tiempo, porque sabrán quiénes son ellos, quién es el otro y adónde van. No corran el riesgo, en fin, de despertar solos en una playa desierta.
Por Sergio Sinay

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja tu comentario, gracias!

Powered By Blogger