jueves, 21 de agosto de 2008

El Camino del Corazón


"Los corazones están hechos para ser rotos, como todo lo demás"Oscar Wilde"
No me gusta llorar…". "No quiero sentir…". "No necesito amor…"
Frases recogidas en algunas sesiones de terapia.
Latido
Entre la cruel fractura de ese centro vital que me avisa de que estoy viva, y la anestesia que me convierte en corcho y tapona mis sentidos. Entre esos dos dolores: El estrepitoso sentimiento que me arrasa; y el amortiguado e insidioso dolor del vacío, aparece una linea fina, sutil, suave; un roce de seda, un susurro de hojas nuevas. La sensación de que toda la vida está contenida en las huellas tambaleantes que deja un niño en la arena. De que vivir sigue siendo ese intento experimental de adelantar un pie al otro pie aun inestable; y de que el motor sigue siendo esa fe inocente, ese deseo de investigar el misterio del espacio y de atrapar al mundo en un diminuto puño.
Expansión y contracción.
La borrachera de tener por un instante la luz y el cielo dentro del pecho, y el húmedo y tibio marrón de la pegajosa tierra entre los dedos y en las tripas. La piel agrandándose, extendiéndose hasta cubrir como un manto el espacio. Los poros abriéndose, absorbiendo los aromas sutiles e intensos del sudor vital del universo. Y de nuevo… No ser nada y estar a merced de todo. También esa vulnerabilidad trémula es parte del susurro de seda, de la linea fina de plata.Como si todo ello formase parte de un tremendo latido. Ahora me ensancho, me dilato, me extiendo, salgo de mis barreras. Ahora me repliego, me contraigo, me retiro y me guardo.Y así, yendo y viniendo, flujo y reflujo de mi alma. A momentos inmensa, luego insignificante. Así aprehendo desde mi amplitud, mi pequeñez; desde mi pequeñez, mi grandeza.Y comprendo que sólo una muerte existe. Se produce cuando detengo con el frio dedo de mi miedo el movimiento de este latido indispensable.
Corazón roto
Pareciera que ese corazón, esclerotizado por el paso del tiempo, por la resistencia obligada a tantos golpes, por el encogimiento ya crónico ante excesivas dosis de miedo; no tiene otra salida, pues, que romperse en mil pedazos o, al menos, resquebrajarse en una brecha esperanzada por donde la vida tenga la oportunidad de manar de nuevo."Se me rompió el corazón… y sin embargo no he muerto."Quizás ese sea el momento que nos lleve hacia una nueva manera de vivir la vida. Notar el golpe seco quebrando el esternón. Sumergirse en el pozo incoloro del vacío. Abrir los brazos al dolor y abandonarse por fin. Dejarse laxamente morir. Percibir al ego disminuyendo, esfumándose convertido en un puntito cada vez más pequeño. Quedar sin aliento, no existir ya por un breve instante. Poder sentir que ya nada puede pasar porque nada queda ya que pueda ser dañado…Y, de ahí, resurgir de nuevo, desnuda semblanza del arcano de La Estrella. Sin ropaje alguno que oculte el cuerpo; Un pie sumergido en el flujo de la vida y el otro firmemente asentado en la tierra; las manos abiertas derramando el ser al universo.Suena a bendición entonces el certero golpe que la vida pueda darme para hacer saltar a pedazos la coraza imperceptiblemente construida durante tanto tiempo.
El trayecto
Pero quizás ese golpe no sea necesario. Quizás sea verdad que en algún momento se nos presente la oportunidad de revisar el sendero por el que transcurrimos e iniciar el viaje por otro ramal más fértil. Quizás sea cierto que existe un "camino del corazón".Todo empieza por un sutil movimiento: Despegar la mirada de su crispada atención hacia lo externo, lo material, lo que el otro pueda darme… Volver los ojos al interior en busca de eso que me habita. Realizar un lento galanteo con mi propio ser para poder alcanzar las blancas nupcias tantas veces descritas en los cuentos de mi niñez y cuyo secreto nunca me fue desvelado.
Unir mi ego y mi ser.
Encontrar mi guía más certero en mi interior, saber que ya no necesito pedir permiso ni venderme a trozos por un pedazo de amor. Poder percibirme entera y asentada sobre la tierra.Y desde ahí, desde la solidez y la fuerza que me aporta el haberme recuperado, dejarme sentir que estoy viva. Celebrar mi existencia como un don; gozar la vida como un regalo; sentir la sensación sensual de mi carne, mi piel y mis huesos sabiendo de su sabiduría; y confiar, que es como decir, aceptar todo lo que me llegue porque de todo me nutro, aprendo y crezco.
Fuerza surgiendo de mi conexión interior. Confianza apoyada en mi propia luz brillando en el corazón. Desde ahí puedo emprender ya el viaje tantas veces descrito en leyendas y cuentos: El descenso a los infiernos de mi propia sombra; esa que por tanto tiempo me ha mantenido encadenada al terror de su descarnado rostro.
Mirar la Esfinge y ver mi propio reflejo sin las veladuras de la idealización. Encontrarme cara a cara con Medusa y que su viscosa mirada no me enloquezca. Destapar ese demonio que yo soy y así describirlo a mis ojos de manera que ya no me sorprenda. Exorcizar su fuerza e incluso, llegar a sentir compasión por él; y aun más, llegar a quererlo y alcanzar así el perdón.Porque ese es el don mágico, el talismán de aquellos cuentos; la poción maravillosa que cura a la princesa, la despierta y la libera de su prisión. Del dragón de siete cabezas ya no brotarán más lenguas de fuego; apagadas por mis lágrimas se irán extinguiendo en volutas de vapor.Y, después de eso, descubrir el Amor.
Ya no ese "amor" que desea y fagocita al otro. Ya no ese sentimiento ávido que absorbe. Ya no el espejismo que únicamente me deja ver mi fantasía irrealizable del ideal que anhelo. Un amor sencillo y cálido; una emanación continua de ternura y compasión; un fluido silencioso derramándose sin objeto ni intención; un amor abierto a la vida y al tiempo. Anhelar ese amor es inevitable si se lo ha sentido en algún momento.
Carmen Vázquez

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